martes, 11 de noviembre de 2008

Adiós, mi pequeña meretriz

No se porque, pero a pesar del dolor que siento todavía sigo pensando en usted Andrés. A veces lo extraño y a la vez lo sigo amando con la misma pasión. Me atormenta el recuerdo de su insufrible estruendo de amor, de sus huellas, del acto puro del consuelo. Me atormenta el triste recuerdo de su lacerante adiós.

Me dijeron que fue José, -tu antiguo pololo- con quién disfrutaste tu primer mete-saca. Me contaron que fue aquel que te hizo gozar las sensaciones mas anheladas de tu acalorado vaivén. El que te dejo embarazada, y no por la calentura foránea del pendejo juvenil, sino por la constante incomunicación con tu padre. El incesto, sin que tú lo supieras, fue realidad. Tu padre abordo el cuerpo espigado de José, lo corrompió, alineo los semblantes, y dibujo en el la absoluta marca de su reencarnación. Gozaste algo que no tenía sentido, un esquema ambiguo, sin el cuál tus compresiones hubieran sido de difícil aproximación. Ya que estás connotaciones corrompieron todo el sector ecuánime de tu controvertida realidad.

Todavía recuerdo el rojizo ardor de la vejez, la fuga, la sangre manchando tu protector vaginal. Y de la manera en como tu padre, per secula, disfrutaba del tinte sádico de tu bipolar sonrisa.
José era locuaz al momento de comprender la situación. Dominaba los escombros y a la vez las sensaciones que florecían en la presurosa intensidad del sufrimiento. Lloraba a medida las horas pasaban, tu dolor lo descomponía. Sentía una pequeña silicona sobresaliente en el pantalón.

Tu nuevo amante es la connotación de tu debilidad emocional. Es Felipe una paria de los encuentros jolgoriosos con José, la homosexualidad, el encuentro entre los espejos del mismo reflejo. Eso era todo, exclamaciones y desacuerdos, adjetivos iracundos en el determinismo de tus emociones. Algo parecido y quizás exclusivo en los encuentros vetustos frente al viento contraproducente del adiós. En donde la luz refulgente proliferaba el porque y el quizás de tu realidad. Era una emoción única, perfecta y adecuada. Parecida al color rojizo de tu pelo, quizás marrón o violáceo. Y fue tú mirada, penetrante y obsesiva, la que logro conmover la articulada lascivia que proliferábamos.

Mi pequeña meretriz donde estás que no te puedo ver. El litigio de tu perdida renace cada vez más fuerte desde los cimientos de la perdición. Me contaron que ahora es Felipe –el enano ramplón- con quien gozas de la falopa en el paladar. Primero fue la marihuana, luego la pasta base y ahora es la cocaína. Distintas drogas para distintas clases sociales, todo un lujo para la prostitución juvenil. Presiento en tus deliberaciones un pequeño flujo de contemporaneidad, una leve lontananza, un cuadro yuxtapuesto en la concordia del relato.

Meretriz ¿Por qué lloras en esta tarde foránea de abril? Acaso José no pago lo suficiente por tus servicios incondicionales o simplemente te pego al darse cuenta de tus irresponsabilidades hogareñas. No lo sé. Pero al ver tu rostro denote una leve mueca de dolor. Un hematoma en la frente, las rodillas rojizas y el trastabilleo vaginal. De los negros a los blancos, clasistas emocionales del pago de tu cobertura frenesí.
Me aburre la desinhibición iracunda que despliegas en la parsimonia de tus actos. Ese simple, fogoso, y a la vez contraproducente, te quiero.

Mi pequeña meretriz, adiós, hasta la hora inmutable de los recuerdos.