domingo, 21 de diciembre de 2008

Hombres Ajenos

Hombres ajenos, escuchadme:
La hora ha llegado, y no somos nosotros los del viento
Son ellas, las que consuelan y a la vez aman
Pasajeras inconfundibles del amor, amena carretera loca
Ojos que ven, manos que sienten, regazos de la vida eterna
El amor lejano, el de los padres, los problemas y demasíes
Son fuertes, no perdáis, la batalla sigue
Y con amor, la vida cambia, la belleza emana

Y la luz refulgente desemboca desde el dolor a las cenizas
Tan perspicaz, tan perfecta, tan idónea
Donde llegaremos sin ustedes, sin nosotros, sin su belleza
Su belleza perdurara, sempiterna, los ambientes inhóspitos morirán
Lo lejano ya no tiene sombra, la borraron, ustedes y también ellos
Con sus ojos, no mientan, su belleza conmueve

¡Oh, poeta! Donde llegaremos sin ellas ¡Oh, poeta!
La luz, los designios, el viento
Todo esta dicho finalmente
¡Oh, mi pequeña meretriz!
Adiós
Hasta la hora inmutable de los recuerdos
Mi padre nos comentaba –A Roberto y a mi¬¬¬- los designios del suicidio al momento de la circulación impávida de su estruendoso palpitar. Detallaba los tormentos, las muecas, el breve efluvio de su sensación incorrompible. Pensar en Tamara significaba, más que nada, el dolor insostenible de la confusión. Los desarrollos intrínsecos que manejaron el desenlace lejano, de los clichés, de los mismos errores desarticulados del adiós.

Los ojos azules, la figura, la dulzura incondicional del mutuo vaivén que ambos proliferaban. El trago era el conductor de la equivocación, el agua, la vejación ininterrumpible de la emoción. El símil de los familiares era idéntico, la epifanía, la manifestación del huachaca en sus actos inexpugnables.

¿Y tú? –Quién eres- la realidad o el viento contraproducente del adiós. Una portentosa sensación en el estruendo del realismo, lo inocuo en el soslayo de la identidad, los paisajes progresistas intempestivos que enmarcan lo contemporáneo.

El ciclo que alineamos fue desplazado por Felipe, la metamorfosis, la impronta insoslayable del martirio con José. Y finalmente la locura de mi padre al momento de los abrazos, el toqueteó visceral, el allanamiento sucesivo que desmotivaba la fachada de tu orden moral. Los hombres engullían tu mirada, la atracción, la belleza unificadora de nuestros designios.

Tu nuevo amante es la connotación de tu debilidad emocional. Es Felipe una paria de los encuentros jolgóriosos con José, la homosexualidad, el encuentro entre los espejos del mismo reflejo. El adiós era inminente. Sin apogeos ni tampoco ningún tipo de diatriba emocional.

Mi padre violó a mi hermana una y otra vez. En su conciencia se reflejaba el litigio de mi madre. Los abrazos furtivos, los tormentos, el símil equivocado de las miradas. Finalmente era el sexo, el trastabilleo vaginal, los designios del incesto los que eslabonaban la metamorfosis radical del contorno.

¿Dónde estás meretriz?

¿Duele?, tu pedofílo sentimiento esta segmentando mi realidad. El pendejo tiene las bolas peludas aunque paulatinamente a demostrado el matiz bisoño que emana de su aletargado corazón. Meretriz, es hora de sopesar tu alicaído semblante. El porque de tus incongruencias, los designios que te llevaron al desbande perentorio de la homosexualidad.
Carlos fue un ejemplo de mis errores, los abismos, esas crisis existenciales que me afectaban paulatinamente. Al momento de transmitir mis emociones, mi psicólogo afrontaba una disyuntiva estimulante por sucesos y pasados yuxtapuestos. Su mirada se transformaba en un sincope de virtudes y defectos. Un semblante adusto, sembraba en sus líneas una confrontación entre lo adecuado y lo correcto. Finalmente, cuando las luces fulminantes dieron el aviso. El ocaso del psicoanálisis dio a la luz, ideas y sacrificios solamente predispuestos por nada.

La traición, los escombros remanentes de la desfachatez transversal. Y si fueras erróneo en los magnicidios que conllevas, de los ingenuos flotadores ineludibles del abismo. Los que usaste para destacar el esnobismo inherente sin el cuál todo hubiera sido verdad. Ya que mencionaste tus emociones, las escudriñaste, lanzaste los dardos de la desdicha y luego usurpaste a José. Solamente te puedo decir adiós.

Finalmente nuestros hechos son simplemente menstruación baladí. Tu cachai. Un padre lejano y también una madre dispuesta a todas las locuras en nombre de la diversión. Mis abuelos envejecidos, de antaño, obligados a cuidarme solamente por pena. Por mi madre, obvio. Si la muy tonta es loca. Todos los viernes al casino a gastar plata, para luego llegar a fin de mes y no tener nada. Y vender la ropa, prenda en prenda, calzón en calzón. Que lata.

La pregunta cliché es: ¿De donde puedo aferrarme? Si no son ustedes –los del viento- aquel que llegara decidoramente a demostrarnos el error ineludible de mi infancia.
Pocas veces converse con mi padre, en ocasiones, sus manifestaciones eran latentes solamente por un error de conveniencia.

martes, 11 de noviembre de 2008

Adiós, mi pequeña meretriz

No se porque, pero a pesar del dolor que siento todavía sigo pensando en usted Andrés. A veces lo extraño y a la vez lo sigo amando con la misma pasión. Me atormenta el recuerdo de su insufrible estruendo de amor, de sus huellas, del acto puro del consuelo. Me atormenta el triste recuerdo de su lacerante adiós.

Me dijeron que fue José, -tu antiguo pololo- con quién disfrutaste tu primer mete-saca. Me contaron que fue aquel que te hizo gozar las sensaciones mas anheladas de tu acalorado vaivén. El que te dejo embarazada, y no por la calentura foránea del pendejo juvenil, sino por la constante incomunicación con tu padre. El incesto, sin que tú lo supieras, fue realidad. Tu padre abordo el cuerpo espigado de José, lo corrompió, alineo los semblantes, y dibujo en el la absoluta marca de su reencarnación. Gozaste algo que no tenía sentido, un esquema ambiguo, sin el cuál tus compresiones hubieran sido de difícil aproximación. Ya que estás connotaciones corrompieron todo el sector ecuánime de tu controvertida realidad.

Todavía recuerdo el rojizo ardor de la vejez, la fuga, la sangre manchando tu protector vaginal. Y de la manera en como tu padre, per secula, disfrutaba del tinte sádico de tu bipolar sonrisa.
José era locuaz al momento de comprender la situación. Dominaba los escombros y a la vez las sensaciones que florecían en la presurosa intensidad del sufrimiento. Lloraba a medida las horas pasaban, tu dolor lo descomponía. Sentía una pequeña silicona sobresaliente en el pantalón.

Tu nuevo amante es la connotación de tu debilidad emocional. Es Felipe una paria de los encuentros jolgoriosos con José, la homosexualidad, el encuentro entre los espejos del mismo reflejo. Eso era todo, exclamaciones y desacuerdos, adjetivos iracundos en el determinismo de tus emociones. Algo parecido y quizás exclusivo en los encuentros vetustos frente al viento contraproducente del adiós. En donde la luz refulgente proliferaba el porque y el quizás de tu realidad. Era una emoción única, perfecta y adecuada. Parecida al color rojizo de tu pelo, quizás marrón o violáceo. Y fue tú mirada, penetrante y obsesiva, la que logro conmover la articulada lascivia que proliferábamos.

Mi pequeña meretriz donde estás que no te puedo ver. El litigio de tu perdida renace cada vez más fuerte desde los cimientos de la perdición. Me contaron que ahora es Felipe –el enano ramplón- con quien gozas de la falopa en el paladar. Primero fue la marihuana, luego la pasta base y ahora es la cocaína. Distintas drogas para distintas clases sociales, todo un lujo para la prostitución juvenil. Presiento en tus deliberaciones un pequeño flujo de contemporaneidad, una leve lontananza, un cuadro yuxtapuesto en la concordia del relato.

Meretriz ¿Por qué lloras en esta tarde foránea de abril? Acaso José no pago lo suficiente por tus servicios incondicionales o simplemente te pego al darse cuenta de tus irresponsabilidades hogareñas. No lo sé. Pero al ver tu rostro denote una leve mueca de dolor. Un hematoma en la frente, las rodillas rojizas y el trastabilleo vaginal. De los negros a los blancos, clasistas emocionales del pago de tu cobertura frenesí.
Me aburre la desinhibición iracunda que despliegas en la parsimonia de tus actos. Ese simple, fogoso, y a la vez contraproducente, te quiero.

Mi pequeña meretriz, adiós, hasta la hora inmutable de los recuerdos.